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Semana de entreguerras (I): Versalles

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Ningún acontecimiento en la Historia está desconectado de su pasado reciente. Esto es un axioma bien resumido en ese dicho popular que asegura que de aquellos polvos, estos lodos. Cuando aquel 11 de noviembre de 1918 el último soldado pegaba el último tiro en los frentes de batalla de la Primera Guerra Mundial, ya se estaban sentando las bases para que comenzara la Segunda Guerra Mundial veintiún años más tarde. Con la perspectiva que da el paso del tiempo, lo que entonces parecía inimaginable ahora parece como un producto de la necesidad histórica. Tal vez por eso se conozca al periodo entre una y otra guerra mundial como el periodo de entreguerras. A lo largo de esta semana temática podremos examinar distintos aspectos de estos años que separaron a los dos mayores conflictos bélicos padecidos por la humanidad en toda su historia.

American wounded in Neuvilly church HD-SN-99-02326

Soldados norteamericanos heridos en la iglesia de Neuvilly, 1918.

El mundo entero parecía feliz en aquel 1918 por el fin de la amarga contienda mundial, La madre de todas las guerras, La guerra que acabaría con todas las guerras había terminado. Había llegado el momento de levantarse, sacudirse el polvo de las trincheras y volver a empezar una nueva vida. Algunos países, sin embargo, lo iban a tener mucho más difícil que otros para pasar la página de la guerra. Alemania, la gran perdedora de la contienda; Austria, cuyo imperio había desaparecido para siempre; Turquía, ahora ocupada por fuerzas extranjeras y a punto de desaparecer como país, y por supuesto, Rusia, que salía de la pesadilla de la guerra mundial para enfrentarse a una cruenta guerra civil y a las posteriores purgas del nuevo régimen comunista.

Por su parte, Francia, Reino Unido y Estados Unidos resurgían como potencias económicas y militares fortalecidas por la guerra, especialmente estos últimos. La guerra había tenido lugar muy lejos del territorio americano, y sus industrias habían abastecido la maquinaria bélica de sus aliados europeos. Ahora llegaba el momento de recoger los pingües beneficios de los préstamos concedidos a las naciones amigas. La coyuntura auguraba una nueva década propicia para los grandes negocios y la expansión comercial. Tanto Francia como Inglaterra pensaban pagar la enorme deuda contraida con su aliado americano exigiendo a los vencidos una gran indemnización por daños de guerra.

Council of Four Versailles

Lloyd George, Vittorio Emanuele Orlando, Georges Clemenceau y Woodrow Wilson en Versalles, 1919. (Wikimedia Commons)

Así que a mediados de 1919, mientras la gripe española arrasaba el mundo llevándose por delante a millones de personas, los líderes mundiales se daban cita en el fastuoso Palacio de Versalles para acordar los términos de la paz, poniendo sobre el papel lo que cada uno ganaría o perdería como consecuencia de la Primera Guerra Mundial. Para Alemania, la derrota iba a suponer la pérdida de importantísimas regiones consideradas como la cuna de la nación. Gran parte de Prusia pasó a formar parte de Polonia, mientras Francia le arrebataba la siempre disputada región de Alsacia-Lorena que había perdido en la anterior guerra franco-prusiana de 1870. Además, los vencedores se repartieron sus colonias africanas, dando al traste con las intenciones alemanas de afianzar su tardío imperio colonial. Por si esto fuera poco, Alemania tuvo que entregar su flota de guerra a los vencedores, desmilitarizar la región de Renania (con lo que los aliados obtenían una amplia zona “colchón” en la frontera de Alemania con Francia y Bélgica sin presencia de tropas alemanas) y renunciar a la fabricación de nuevo material militar. En términos defensivos, Alemania quedaba con esto a merced de sus vecinos, y más pronto que tarde iba a sentir en propia carne lo amargo de esta situación.

Además de las concesiones territoriales y defensivas, Alemania se vio forzada a aceptar otras cláusulas de tipo comercial y económico que en la práctica ahogarían su recuperación y su futuro inmediato. La entrega de millones de toneladas de mercancías y recursos, sumada a la exagerada cantidad de dinero exigida por las potencias vencedoras se convirtieron de hecho en una losa imposible de levantar por el pueblo alemán. Alemania no ha terminado de satisfacer a día de hoy esas reparaciones de guerra, y se prevé que termine de hacerlo entre 2010 y 2020. Supongo que a esas alturas del siglo se tratará de un gesto más bien simbólico y protocolario, y que los mandatarios del momento aprovecharán para dar por zanjada esa lamentable parte de la historia.

Aquel difícil año de 1919, sin embargo, las cosas pintaban muy, muy negras para los alemanes. Las cláusulas abusivas de Versalles provocaron una gran crisis económica en el país, produciéndose una superinflación de los precios en los años siguientes a la firma del tratado que debilitó al gobierno de la nueva República de Weimar. La solución a esta crisis fue un mayor endeudamiento del país, al que afluyeron capitales procedentes sobre todo de los Estados Unidos, cuya economía entró durante los años veinte en una fase muy especulativa.

Para la sociedad alemana fueron años de dificultades y miseria, de agitación obrera, de enriquecimientos meteóricos e inmorales de unos pocos, de decadencia de una clase media arruinada por la crisis y del surgimiento de alternativas políticas de tipo radical a la inoperancia del gobierno de la nación como el comunismo y el nazismo, que dirimían sus insalvables diferencias en la calle a golpes, a navajazos y a tiros. El pueblo alemán sentía que estaba siendo pisoteado desde el extranjero (lo cual era cierto) y comenzó a dar pábulo a la demagogia ultranacionalista, xenófoba y racista de Adolf Hitler. Los felices años veinte fueron de todo para el pueblo alemán menos felices.


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